sábado, diciembre 16, 2006

Nou títul yet

Rota la secuencia lógica de la historia.
Roto el tiempo. Rota la lógica.
Teclas sobre teclas sin orden comprensible.
Salvo el azar de mi sentido. Salvo el determinismo de mi demencia.
Salvo la ilógica secuencia de la historia huérfana de tiempo.
Causa. Efecto. Causa. Efecto. Nulos. Nulos todos.
De las causas ningún efecto. Tal efecto de ninguna causa.
Abolidas por el azar de las teclas sin orden.
Penetradas por la vacuna del sinsentido.
Destruido el universo.
Aniquilado el deber ser.
Coronación de la casualidad.
Reino de la no necesidad.
Fábula del ratón asesino de leones.
Pestilencia de los sentimientos dirigidos.
Abolición de la cordura.
Amén, amén, amén.

lunes, diciembre 11, 2006

lunes, diciembre 04, 2006

El ingenioso aliado de sus sepultureros

Sé que estos post tan largos son medio pesados de leer. Pero garantizo total satisfacción. Más adelante escribiré mis impresiones sobre la frivolidad y otros temas.


Extracto de La Inmortalidad, Milan Kundera (1989)


El director de informativos era apodado el Oso y resultaba imposible que tuviera otro apodo: era voluminoso, lento, y, aunque fuera un buenazo, todos sabían que era capaz de dar con su zarpa un buen golpe cuando se enfadaba. Los imagólogos que tuvieron el descaro de enseñarle cómo tenía que hacer su trabajo habían conseguido agotar casi toda su bondad osuna. Ahora estaba sentado frente al bar de la emisora, rodeado de algunos de sus colaboradores, y decía:
-Esos estafadores de la publicidad son como marcianos. No se comportan como la gente normal. Cuando te dicen a la cara las cosas más desagradables tienen el rostro encendido de felicidad. No emplean más de sesenta palabras y se expresan en frases que nunca pueden tener más de cuatro palabras. Sus discursos son la unión de tres términos técnicos que no entiendo y una o, como máximo, dos ideas absolutamente primitivas. No sienten absolutamente ninguna vergüenza y no tienen el menor complejo de inferioridad. Esa es precisamente la prueba de su poder.
Aproximadamente en ese momento apareció en el bar Paul. Al verlo, todos se sintieron incómodos, en especial porque Paul venía de muy buen humor. Se llevó un café del mostrador y se sentó con los demás.
En presencia de Paul, el Oso no se sentía a gusto. Le daba vergüenza haberlo dejado en la estacada y no tener el valor de decírselo en la cara. Le invadió una nueva ola de odio hacia los imagólogos y dijo:
-Hasta estoy dispuesto a hacerles caso a esos cretinos y convertir la información metereológica en un diálogo de payasos, lo peor es cuando inmediatamente después habla Bernard de un accidente de aviación en el que han muerto cien pasajeros. Aunque estoy dispuesto a dar la vida para que los franceses se diviertan, las noticias no son una payasada.
Todos pusieron cara de estar de acuerdo, menos Paul. Se rió con risa de alegre provocador y dijo:
-¡Pero Oso! ¡Los imagólogos tienen razón! ¡Tú confundes las noticias con una lección escolar!
El Oso pensó que los comentarios de Paul eran a veces bastante ingeniosos pero siempre demasiados complicados y además llenos de palabras desconocidas, cuyo significado buscaba luego en secreto toda la redacción en el diccionario. Pero ahora no quería hablar de eso y dijo con toda dignidad:
-Siempre he tenido una buena opinión del periodismo y no quiero perderla ahora.
Paul dijo:
-Las noticias se oyen igual que se fuma un cigarrillo y se apaga en el cenicero.
-Eso es lo que me cuesta trabajo aceptar –dijo el Oso
-¡Pero si eres un fumador empedernido! ¿Por qué estás en contra de que se parezcan a los cigarrillos? –rió Paul-. Mientras los cigarrillos perjudican tu salud, las noticias no te pueden perjudicar y además son una agradable diversión antes de que empiece un día que va a ser agotador.
-¿La guerra entre Irán e Irak es una diversión? –preguntó el Oso y su compasión hacia Paul se iba mezclando lentamente con irritación-: ¿El accidente de hoy, esa carnicería en el ferrocarril, es tan divertido?
-Cometes el error habitual de creer que la muerte es una tragedia –dijo Paul, al que se le notaba desde la mañana en excelente forma.
-Debo reconocer –dijo el Oso con voz gélida-, que siempre he creído que la muerte era una tragedia.
-Pues te equivocabas –dijo Paul-. Un accidente de ferrocarril es un horror para el que va en el tren o para el que tiene un hijo que está allí. Pero en las noticias la muerte significa lo mismo que en las novelas de Agatha Christie, que dicho sea de paso es la mayor maga de todos los tiempos, porque fue capaz de convertir el asesinato en diversión y no en un solo asesinato sino decenas de asesinatos, centenares de asesinatos una cadena sin fin de asesinatos cometidos para nuestra satisfacción en el campo de exterminio de sus novelas. Auschwitz ha sido olvidado pero del crematorio de las novelas de Agatha el humo sube eternamente hacia el cielo y sólo una persona muy ingenua podría afirmar que es el humo de una tragedia.
El Oso se acordó de que precisamente con este tipo de paradojas ejercía Paul desde hacía tiempo su influencia sobre toda la redacción, la cual, cuando los imagólogos fijaron en ella su infausta mirada, apenas si le había servido de apoyo, porque en el fondo consideraba que la actitud de él estaba pasada de moda. Al Oso le daba vergüenza haber cedido, pero al mismo tiempo sabía que no había tenido otra alternativa. Estos compromisos forzados con el espíritu de la época son algo corriente y al fin y al cabo necesarios si no se quiere convocar a una huelga general a todos aquellos a los que no les gusta nuestro siglo. Pero en el caso de Paul no se podía hablar de un compromiso forzado. Se apresuraba a prestar voluntariamente a su siglo su ingenio y su inteligencia y, a juicio del Oso, con excesivo entusiasmo. Por eso le contestó con voz aún más gélida:
-¡Yo también leo a Agatha Christie! Cuando estoy cansado, cuando quiero convertirme en un niño durante un rato. Pero si todo nuestro tiempo de vida se convierte en un juego de niños, un buen día perecerá el mundo mientras nosotros parloteemos y nos riamos alegremente.
Paul dijo:
-Prefiero perecer oyendo un parloteo infantil que oyendo la Marcha Fúnebre de Chopin. Y te diré algo: en esa marcha fúnebre, que es la glorificación de la muerte, reside todo el mal. Si hubiera menos marchas fúnebres, quizás habría menos muertes. Entiende bien lo que quiero decir: el respeto por la tragedia en mucho más peligroso que la despreocupación del parloteo infantil. ¿Te has dado cuenta de cuál es la eterna premisa de la tragedia? La existencia de ideales a los que se atribuye mayor valor que la vida humana. ¿Y cuál es la premisa de las guerras? La misma. Te empujan a morir porque al parecer existe algo más valioso que tu vida. La guerra sólo puede existir en el mundo de la tragedia; el hombre desde el comienzo de la historia no conoció otra cosa que el mundo trágico y no es capaz de salirse de él. La época de la tragedia sólo puede acabar con la rebelión de la frivolidad. La gente hoy ya no conoce de la Novena de Beethoven sino los cuatro compases del Himno de la alegría que oye cada día en el anuncio del perfume Bella. Eso no me indigna, la tragedia será expulsada del mundo como una actriz vieja y mala que se lleva la mano al corazón y declama con voz ronca. La frivolidad es una cura de adelgazamiento radical. Las cosas perderán el noventa por ciento de su sentido y se harán más ligeras. En semejante atmósfera de ingravidez desaparecerá el fanatismo. La guerra será imposible.
-Estoy encantado de que por fin hayas encontrado la manera de acabar con la guerra –dijo el Oso.
-¿Te imaginas a la juventud francesa yendo entusiasmada a luchar por la patria? Oso, la guerra ya se ha hecho impensable en Europa. No políticamente. Antropológicamente impensable. La gente en Europa ya no es capaz de luchar.
No me digan que quienes están en profundo desacuerdo pueden sin embargo quererse; ésos son cuentos para niños. Podrían quererse si no expresasen sus opiniones o si hablasen de ellas sólo en tono de broma y atenuasen así su significado (de ese modo habían hablado hasta ahora Paul y el Oso). Pero en cuanto estalla el conflicto, ya es tarde. No se trata de que crean con tanta firmeza en las opiniones que defienden, sino de que no soportan no tener la razón. Fíjense en estos dos. Su discusión no va a cambiar nada, no conducirá a decisión alguna, no influirá en la marcha de las cosas, es completamente estéril, inútil, destinada únicamente a este bar y su aire viciado, junto con el cual abandonará el local en cuanto las señoras de la limpieza abran las ventanas. ¡Y sin embargo fíjense en lo atento que está el reducido público que rodea las mesas! Todos guardan silencio y los escuchan, se han olvidado hasta de tomarse el café. Lo único que ahora les importa a ambos contendientes es cuál de ellos será reconocido por esta pequeña opinión pública como poseedor de la verdad, porque ser reconocido como aquel que posee la verdad significa para cada uno de ellos lo mismo que perder el honor. O perder una parcela del propio yo. En sí, la opinión que sostienen no les importa tanto. Pero como convirtieron una vez esa opinión en atributo de su yo, cualquiera que lo toque será como si clavara algo en su cuerpo.
En lo más hondo de su alma el Oso se sentía satisfecho de que Paul ya no fuera a hacer sus sofisticados comentarios; su voz, llena de orgullo osuno, era cada vez más callada y gélida. En cambio Paul hablaba en voz cada vez más alta y se le ocurrían ideas cada vez más exageradas y provocativas. Dijo:
-La Cultura con mayúscula no es más que una hija de esa perversión europea que se llama historia, esa manía de ir siempre hacia delante, de considerar la marcha de las generaciones como una carrera de relevos en la que cada uno supera a su predecesor para ser superado por el que le sigue. Sin esta carrera de relevos llamada historia no existiría el arte europeo y lo que lo caracteriza: el ansia de originalidad, el ansia de cambio. Robespierre, Napoleón, Beethoven, Stalin, Picasso, todos competidores en esta carrera de relevos, todos compiten en el mismo estadio.
-¿Beethoven y Stalin van juntos? –preguntó el Oso con helada ironía.
-Por supuesto, aunque te choque. La guerra y la cultura son los dos polos de Europa, su cielo y su infierno, su gloria y su vergüenza, pero no es posible separarlos. Cuando se acabe uno se acabará el otro y uno no puede acabar sin el otro. Eso de que en Europa no haya guerras desde hace cincuenta años tiene alguna misteriosa relación con que hace cincuenta años que no aparece ningún Picasso.-Te voy a decir un acosa, Paul –dijo el Oso muy lentamente, como si levantase su pesada garra para dar de inmediato un golpe-: Si se acaba la Cultura con mayúscula, se acabarán también tus ideas paradójicas, porque la paradoja forma parte de la cultura con mayúscula y no con el parloteo infantil. Me recuerdas a esos jóvenes que en otros tiempos se sumaban a los nazis o a los comunistas, pero no por cobardía o para hacer carrera, sino por exceso de inteligencia. No hay nada que exija un esfuerzo mayor del pensamiento que una argumentación que debe justificar el dominio del no pensamiento. Yo tuve oportunidad de experimentarlo en mi propia piel y de verlo con mis propios ojos después de la guerra, cuando los intelectuales y los artistas ingresaban como borregos en el partido comunista, que luego con gran satisfacción los liquidó sistemáticamente. Tú haces lo mismo. Tú eres un ingenioso aliado de tus propios sepultureros.