jueves, octubre 26, 2006

Lo que transcribo a continuación es un mail que ayer le escribí a una amiga que cometió el error de preguntarme "qué es de tu vida estos días" justo un día en que tenía ganas de explayarme sobre el asunto. Hoy mi pobre amiga me contestó con un simple "ah, mirá vos. yo bien, gracias" y creo que nunca más volverá a preguntar.
Me avergüenza un poco que mi primer escrito en este coso (blog) sea tan autobiografico, autoreferencial y egocéntrico... pero ya me acostumbraré a vivir con esa vergüenza.
Hoy es miércoles, pero este relato empieza el lunes. Corrección: empieza el domingo.
El domingo a la noche decidí que iba a alquilar una película. Luego de una conversación con mi hermana acerca de las posibilidades de encontrar abierto el videoclub del barrio a esa hora (corrían las diez y media pasadas), lo cual determinaba la decisión de ir caminando o bien sacar el auto, todo lo cual tenía a su vez repercusiones sobre mis posibilidades de comer la tarta de jamón y queso mientras aún estuviese caliente, o por el contrario, volver con las películas cuando ésta ya estuviese fría, lo cual nos llevó a su vez a dar opiniones sobre nuestros gustos sobre la tarta fría o caliente, y que si no quedaba para mañana al mediodía, que ella no venía a almorzar... agarré las llaves del auto y me fui a un videoclub de Nueva Córdoba. Como casi siempre que voy a alquilar películas (que suelo ser yo el responsable familiar de tal actividad, dada mi reputación de buen gusto en la materia, y éxito en la estimación del gusto ajeno), busqué una pensando en mí y otra pensando en el resto de mi familia. Así fue que una vez sacada de la estantería la cajita de La Marcha de los Pingüinos (pensada para mí), me dediqué a buscar otra como para conformar el gusto de los demás... comedias románticas para mis hermanas, dramas para mi madre, ciencia ficción para mi padre, trillers de aceptación general, etc. No encontraba mucho... pasé el dedo y leí la parte de atrás de Plan de Vuelo, y ya estaba por dirigirme a pagarlas cuando recordé que mis padres estaban en Buenos Aires, que mis hermanas se irían a dormir si se me daba por ver hoy la de los pingüinos y que el que tenía ganas de ver películas era yo, y el que se había molestado en venir a costa de comer fría la tarta era yo, y el que pagaba era yo, y que iba a alquilar lo que se me cantase la gana. Dejé Plan de Vuelo en su lugar y fui a preguntar si tenían en dvd La Naranja Mecánica se Stanley Kubric. La tenían. Pagué y me llevé las dos. Efectivamente no hubo repercusiones de mi sensato egoísmo entre mis hermanas, ya que se fueron a dormir ni bien terminamos la tarta. Y así fue como terminé el domingo viendo La Marcha de los Pingüinos y un poquitito de La Naranja Mecánica antes de que me agarrase mucho sueño y tipo dos y pico de la mañana me fuese a la cama. Dejo los comentarios sobre la película para intercalar en los días siguientes.

El lunes tengo clases a las ocho, pero el profesor suele llegar más tarde, por lo que sin apurarme en lo más mínimo me colo en el auto y me dejo llevar en el auto por mi hermana, que recién sale de casa tipo ocho y cuarto. En el trayecto, como pago por el favor, me exige que sea yo quien vaya al registro del automotor a retirar la chapa provisoria (hace un mes, volviendo de rosario, se me perdió la patente delantera)... sacá el comprobante que está ahí en la guantera me dice, y lo saco y me bajo del auto, y voy a la facu, y el profe (que hoy llegó temprano) dice que se tiene que ir antes, y firmo la lista de asistencia a pesar de que apenas escuché tres palabras de la clase, saludo a algunos compañeros y me voy al registro. Luego de pasar tres veces por el frente sin darme cuenta que ahí era el registro, veo salir a un tipo de traje de un edificio, le pregunto y me dice sí, es acá, luego de lo cual veo un cartelote grande que dice REGISTRO, pero que dos segundos antes sin dudas era invisible. Entro. Calor. Mucha gente. Un bebé llorando y la mamá caminando de punta a punta del pasillo para calmarlo. Mucho calor. Saco numerito. Pregunto por cuál número van. Van por el 23, yo tengo el 50. Mierda. Veo una ventanilla aparte por la que la gente avanza más rápido... pregunto... ésa es para gestores, los demás saquen númerito. Mierda. Calor. Hay un ventilador de techo apagado, y debajo toda la gente amontonada frente al mostrador, como si en vez de ser llamados por número el criterio fuese el que está más cerca. Al lado mío dos ventiladores de pie, apagados. Por un instante pienso que no deben andar ni el ventilador de techo ni los de pie... pero al instante reflexiono sobre el efecto que tiene la burocracia sobre la inteligencia de las personas, y me doy cuenta de que los ventiladores están apagados porque a ninguno de los presentes se le ocurrió prenderlos. Agarro los enchufes de los ventiladores de pie y los enchufo (que para eso sirven los enchufes). La gente me mira como a un mesías, y yo sonrío con un gesto de dictador paternalista. Envalentonado por mi iniciativa, un señor alza su mano y tironea de la cadenita que cuelga del ventilador de techo. Ahora funcionan todos los ventiladores. Sigue haciendo calor. Me llega el tufo de un tipo con una camisa muy sucia que se para frente al ventilador. Me harto y salgo del registro (no sin antes sacar otro numerito, previendo que cuando vuelva pueda ya haber sido superado el 50... el nuevo numerito es el 55). Camino por la calle buscando un cyber, pero a media cuadra me doy cuenta (acá me gustaría tener una palabrita como el "realice" inglés... nuestro "darse cuenta de que" es muy aparatoso...) de que estoy cerca de El Ateneo. Voy para El Ateneo.

Acá me doy cuenta de que todo lo que escribí hasta ahora fue para contar lo que viene ahora. Perdón por la demora.

Aire acondicionado. Louis Amstrong o algún otro negro jazzista de fondo. Pongo la alarmita del celular para que me avise en treinta minutos. Miro libros. Miro. Agarro algunos y les leo la parte de atrás. Hasta que veo uno. En realidad veo tres de la misma autora. El Manantial, La Virtud del Egoísmo y la Rebelión de Atlas. Ayn Rand. Leo las partes de atrás. El único que no está plastificado es La Virtud del Egoísmo. Lo agarro y me voy a sentar a un sillón. Parsimoniosamente examino la tapa, el dibujo de un hombre en la cima de una escalera de lleva al vacío y un conclomerado de rascacielos, la edición, la nota del traductor, el índice. Es una recopilación de ensayos y artículos de una revista de filosofía objetivista fundada por la autora. Podría comenzar leyendo cualquier artículo, pero decido empezar por la Introducción. Me atrapa enseguida. Esa sensación de copartir muchas cosas y ver cómo otra persona las expresa de forma tan clara. Bajo el libro y trato de razonar algunas consecuencias de llevar hasta las últimas consecuencias (redundancia adrede) esta forma de pensar... me doy cuenta de que si bien comparto los postulados iniciales puede que no comparta a priori todas las derivaciones... pero me cuesta sostener esas ideas en el aire y retomo el libro. Apenas después de esa divagación llego a una frase que me comprende: vivimos en una mezcla de cinismo y culpa; cinismo porque no aceptamos ni practicamos la moral altruista, pero culpa porque no podemos rechazarla absolutamente. Tal cual. Sigo leyendo cada vez más entusiasmado. De tanto en tanto una frase que siento como golpe bajo, y me quedo pensando y releo. Suena la alarmita. Dejo el libro en su lugar. El aire pesado de la calle se me mete por los pulmones como si fuese una gelatina y camino por la peatonal en dirección al registro. En la esquina veo un señor haciendo burbujitas de jabón, y toda la cuadra llena de burbujitas de jabón. De repente miro fijamente una de esas burbujitas que desde lo alto baja y baja y viene hacia mí, y alzo la mano y plim la reviento y me quedo pensando en las oportunidades, en aprovechar las capacidades y no dejar pasar las oportunidades. Miro alrededor para verificar si alguien se percató de mi arranque de niñez, y ese pensar en qué dirán me sustrae de los pensamientos. Llego al registro. 38. Pasaron más de cuarenta minutos y recién van por el 38. Alguien apagó uno de los ventiladores. Me voy, esta vez sin sacar un nuevo numerito de salvavida. Ida, vuelta. Aire caliente, aire frío. Sin querer estoy pensando en la Marcha de los Pingüinos, sus marchas, mis marchas. El Ateneo. Aire frío. Directo al estante donde está el libro. Directo al mismo sillón. Otra vez pongo la alarmita: treinta minutos. Termino la introducción y sigo con el primer artículo: La ética objetivista. Una lógica implacable. Me doy cuenta lo mucho que hacía que no leía ese tipo de artículos, ese tipo de lenguaje, y casi siempre disintiendo en cada línea, encontrando peros y peros... esta vez no, me asombra ver algunas ideas vagas reflejadas de modo tan elocuente... igual paro a cada instante, releo y busco peros y peros y le hago mil preguntas y me asomo al índice para ver si me las va a responder en otro capítulo. Me imagino a esta tal Ayn Rand como una señora dura, implacable en sus juicios. De tanto en tanto miro al guardia de El Ateneo. Me pregunto si tendrán algún problema con que uno venga y se ponga a leer un libro de pe a pa. Me imagino que la idea de estos sillones es dar una hojeada de quince minutos, no quedarse horas leyendo. Yo sigo pasando páginas y de vez en cuando lo miro, para ver si me mira o algo. Me importa poco en realidad. En los otros tres sillones que hay aparecen y desaparecen un viejo con un libro de Colón, un señor con una novela, luego una señora con un libro de Tarot Egipcio, pero se van, viene otros, y yo sigo ahí. Suena la alarmita. Voy por la página treinta-y-algo y el capítulo termina en la 51. Alargo el tiempo... cuando llego a la 37 leo bien ese último párrafo. Otra vez "la marcha del aire caliente" hacia el registro. Van por el 83. El trámite queda para otro día. La tarde del lunes... no sé... nada.

El martes mi vida transcurre por otro andarivel. Ni siquiera tengo tiempo de ver La Naranja Mecánica. Tampoco de ir a devolverlas, cosa que debería haber hecho ayer lunes. A la noche, ya siendo casi miércoles, pongo la película. Es larga. Me acuesto después de las dos. Recuerdo haber pensado durante ese día, o el lunes, o el domingo mientras las alquilaba, no sé cuándo en realidad... si existiría algún factor común entre las dos películas. A simple vista parecen totalmente diferentes, pero con esfuerzo podría descubrir alguna conexión secreta, subconciente. Una es paz, la otra es violencia, "ultraviolencia". Beethoven. Beethoven se escucha en una... en la otra creo que también hay algo de música clásica, pero no estoy seguro... lo que sí hay son pingüinos, y Beethoven se viste como un pingüino. Libertad: esa es la conexión secreta, se me acaba de ocurrir. Ausencia de elección. Y ahora ya no sólo estoy conectando las dos películas, sino también las ideas de Rand.

El miércoles, hoy, es como el lunes. Llego tarde a la facu, pero esta vez el profe ni siquiera aparece. Me voy a tomar un café con una compañera y un compañero. Una charla muy entretenida, pero que la siento como repetida o ya vivida. Nos despedimos. Yo voy para allá, yo para allá, yo también... el compañero se va para un lado, la compañera y yo para el otro. Por acompañarla una cuadra demás, me encuentro en Deán Funes y Rivera Indarte, y estando ya ahí con la mañana libre decido ir a El Ateneo. Directo al estante donde está el libro. Directo al mismo sillón. Mirada de reojo al guardia. Empiezo a sospechar que él debe estar deseando venir a decirme algo al respecto, pero imagino que a pesar de que se muere de ganas no puede porque se lo impide la política de la empresa: veo cómo se encarga de echar a un chico que entra a repartir algo entre las mesas del bar, pero no creo que se aplique la misma regla conmigo que estoy bien vestido y leyendo un libro. Página 37 en adelante. La lógica es genial. Termino el capítulo. Sigo. Busco en el índice algo que me llame la atención... algo sobre la moral "gris", luego sobre la moral "colectiva", y así sigo. Esta vez creo que estuve como dos horas. Sin pudor. Estoy leyendo un libro entero en la librería. Imbuido de temas éticos, me pregunto si es ético o no... pero la verdad que no me importa... y hasta me agrada la idea. Es como un robo al menudeo. De fondo primero jazz, luego una interpretación instrumental de Queen por alguna orquestra. Y el aire acondicionado, aunque hoy no era tan necesario. De repente, en uno de esos descansos de lectura en que levanto la vista, miro al viejito que está en el sillón de al lado. Es el mismo del lunes. El lunes estaba primero con un libro de Colón, pero luego se levantó y al rato volvió con uno sobre el Graf Spee (el barco nazi). Y hoy estaba ahí el viejito al lado mío, otra vez con el libro sobre el Graf Spee. Me da mucha gracia... se ve que no soy el único que anda leyendo libros en la librería sin intención de comprarlos. Cuando vi que ya era tarde, me lenvanté, dejé el libro en su lugar y me puse a recorrer la sección de cds. Descubrí unas ofertas, y por pudor... como para pagar mis horas de lectura gratuita, me compre dos cds: uno de jazz y el otro del Queen, el mismo que estaba sonando.

Vos qué tal che, todo bien?

domingo, octubre 01, 2006


Bonjour! Bienvenidos a mi primer post en mi primer blog, el cual tiene un único y principal objetivo: que salga un dibujito al lado de mis comentarios en otros blogs.

Y eso es todo.

P-Shot



Quizás de vez en cuando escriba algo para poner acá, ya veré.