sábado, diciembre 16, 2006

Nou títul yet

Rota la secuencia lógica de la historia.
Roto el tiempo. Rota la lógica.
Teclas sobre teclas sin orden comprensible.
Salvo el azar de mi sentido. Salvo el determinismo de mi demencia.
Salvo la ilógica secuencia de la historia huérfana de tiempo.
Causa. Efecto. Causa. Efecto. Nulos. Nulos todos.
De las causas ningún efecto. Tal efecto de ninguna causa.
Abolidas por el azar de las teclas sin orden.
Penetradas por la vacuna del sinsentido.
Destruido el universo.
Aniquilado el deber ser.
Coronación de la casualidad.
Reino de la no necesidad.
Fábula del ratón asesino de leones.
Pestilencia de los sentimientos dirigidos.
Abolición de la cordura.
Amén, amén, amén.

lunes, diciembre 11, 2006

lunes, diciembre 04, 2006

El ingenioso aliado de sus sepultureros

Sé que estos post tan largos son medio pesados de leer. Pero garantizo total satisfacción. Más adelante escribiré mis impresiones sobre la frivolidad y otros temas.


Extracto de La Inmortalidad, Milan Kundera (1989)


El director de informativos era apodado el Oso y resultaba imposible que tuviera otro apodo: era voluminoso, lento, y, aunque fuera un buenazo, todos sabían que era capaz de dar con su zarpa un buen golpe cuando se enfadaba. Los imagólogos que tuvieron el descaro de enseñarle cómo tenía que hacer su trabajo habían conseguido agotar casi toda su bondad osuna. Ahora estaba sentado frente al bar de la emisora, rodeado de algunos de sus colaboradores, y decía:
-Esos estafadores de la publicidad son como marcianos. No se comportan como la gente normal. Cuando te dicen a la cara las cosas más desagradables tienen el rostro encendido de felicidad. No emplean más de sesenta palabras y se expresan en frases que nunca pueden tener más de cuatro palabras. Sus discursos son la unión de tres términos técnicos que no entiendo y una o, como máximo, dos ideas absolutamente primitivas. No sienten absolutamente ninguna vergüenza y no tienen el menor complejo de inferioridad. Esa es precisamente la prueba de su poder.
Aproximadamente en ese momento apareció en el bar Paul. Al verlo, todos se sintieron incómodos, en especial porque Paul venía de muy buen humor. Se llevó un café del mostrador y se sentó con los demás.
En presencia de Paul, el Oso no se sentía a gusto. Le daba vergüenza haberlo dejado en la estacada y no tener el valor de decírselo en la cara. Le invadió una nueva ola de odio hacia los imagólogos y dijo:
-Hasta estoy dispuesto a hacerles caso a esos cretinos y convertir la información metereológica en un diálogo de payasos, lo peor es cuando inmediatamente después habla Bernard de un accidente de aviación en el que han muerto cien pasajeros. Aunque estoy dispuesto a dar la vida para que los franceses se diviertan, las noticias no son una payasada.
Todos pusieron cara de estar de acuerdo, menos Paul. Se rió con risa de alegre provocador y dijo:
-¡Pero Oso! ¡Los imagólogos tienen razón! ¡Tú confundes las noticias con una lección escolar!
El Oso pensó que los comentarios de Paul eran a veces bastante ingeniosos pero siempre demasiados complicados y además llenos de palabras desconocidas, cuyo significado buscaba luego en secreto toda la redacción en el diccionario. Pero ahora no quería hablar de eso y dijo con toda dignidad:
-Siempre he tenido una buena opinión del periodismo y no quiero perderla ahora.
Paul dijo:
-Las noticias se oyen igual que se fuma un cigarrillo y se apaga en el cenicero.
-Eso es lo que me cuesta trabajo aceptar –dijo el Oso
-¡Pero si eres un fumador empedernido! ¿Por qué estás en contra de que se parezcan a los cigarrillos? –rió Paul-. Mientras los cigarrillos perjudican tu salud, las noticias no te pueden perjudicar y además son una agradable diversión antes de que empiece un día que va a ser agotador.
-¿La guerra entre Irán e Irak es una diversión? –preguntó el Oso y su compasión hacia Paul se iba mezclando lentamente con irritación-: ¿El accidente de hoy, esa carnicería en el ferrocarril, es tan divertido?
-Cometes el error habitual de creer que la muerte es una tragedia –dijo Paul, al que se le notaba desde la mañana en excelente forma.
-Debo reconocer –dijo el Oso con voz gélida-, que siempre he creído que la muerte era una tragedia.
-Pues te equivocabas –dijo Paul-. Un accidente de ferrocarril es un horror para el que va en el tren o para el que tiene un hijo que está allí. Pero en las noticias la muerte significa lo mismo que en las novelas de Agatha Christie, que dicho sea de paso es la mayor maga de todos los tiempos, porque fue capaz de convertir el asesinato en diversión y no en un solo asesinato sino decenas de asesinatos, centenares de asesinatos una cadena sin fin de asesinatos cometidos para nuestra satisfacción en el campo de exterminio de sus novelas. Auschwitz ha sido olvidado pero del crematorio de las novelas de Agatha el humo sube eternamente hacia el cielo y sólo una persona muy ingenua podría afirmar que es el humo de una tragedia.
El Oso se acordó de que precisamente con este tipo de paradojas ejercía Paul desde hacía tiempo su influencia sobre toda la redacción, la cual, cuando los imagólogos fijaron en ella su infausta mirada, apenas si le había servido de apoyo, porque en el fondo consideraba que la actitud de él estaba pasada de moda. Al Oso le daba vergüenza haber cedido, pero al mismo tiempo sabía que no había tenido otra alternativa. Estos compromisos forzados con el espíritu de la época son algo corriente y al fin y al cabo necesarios si no se quiere convocar a una huelga general a todos aquellos a los que no les gusta nuestro siglo. Pero en el caso de Paul no se podía hablar de un compromiso forzado. Se apresuraba a prestar voluntariamente a su siglo su ingenio y su inteligencia y, a juicio del Oso, con excesivo entusiasmo. Por eso le contestó con voz aún más gélida:
-¡Yo también leo a Agatha Christie! Cuando estoy cansado, cuando quiero convertirme en un niño durante un rato. Pero si todo nuestro tiempo de vida se convierte en un juego de niños, un buen día perecerá el mundo mientras nosotros parloteemos y nos riamos alegremente.
Paul dijo:
-Prefiero perecer oyendo un parloteo infantil que oyendo la Marcha Fúnebre de Chopin. Y te diré algo: en esa marcha fúnebre, que es la glorificación de la muerte, reside todo el mal. Si hubiera menos marchas fúnebres, quizás habría menos muertes. Entiende bien lo que quiero decir: el respeto por la tragedia en mucho más peligroso que la despreocupación del parloteo infantil. ¿Te has dado cuenta de cuál es la eterna premisa de la tragedia? La existencia de ideales a los que se atribuye mayor valor que la vida humana. ¿Y cuál es la premisa de las guerras? La misma. Te empujan a morir porque al parecer existe algo más valioso que tu vida. La guerra sólo puede existir en el mundo de la tragedia; el hombre desde el comienzo de la historia no conoció otra cosa que el mundo trágico y no es capaz de salirse de él. La época de la tragedia sólo puede acabar con la rebelión de la frivolidad. La gente hoy ya no conoce de la Novena de Beethoven sino los cuatro compases del Himno de la alegría que oye cada día en el anuncio del perfume Bella. Eso no me indigna, la tragedia será expulsada del mundo como una actriz vieja y mala que se lleva la mano al corazón y declama con voz ronca. La frivolidad es una cura de adelgazamiento radical. Las cosas perderán el noventa por ciento de su sentido y se harán más ligeras. En semejante atmósfera de ingravidez desaparecerá el fanatismo. La guerra será imposible.
-Estoy encantado de que por fin hayas encontrado la manera de acabar con la guerra –dijo el Oso.
-¿Te imaginas a la juventud francesa yendo entusiasmada a luchar por la patria? Oso, la guerra ya se ha hecho impensable en Europa. No políticamente. Antropológicamente impensable. La gente en Europa ya no es capaz de luchar.
No me digan que quienes están en profundo desacuerdo pueden sin embargo quererse; ésos son cuentos para niños. Podrían quererse si no expresasen sus opiniones o si hablasen de ellas sólo en tono de broma y atenuasen así su significado (de ese modo habían hablado hasta ahora Paul y el Oso). Pero en cuanto estalla el conflicto, ya es tarde. No se trata de que crean con tanta firmeza en las opiniones que defienden, sino de que no soportan no tener la razón. Fíjense en estos dos. Su discusión no va a cambiar nada, no conducirá a decisión alguna, no influirá en la marcha de las cosas, es completamente estéril, inútil, destinada únicamente a este bar y su aire viciado, junto con el cual abandonará el local en cuanto las señoras de la limpieza abran las ventanas. ¡Y sin embargo fíjense en lo atento que está el reducido público que rodea las mesas! Todos guardan silencio y los escuchan, se han olvidado hasta de tomarse el café. Lo único que ahora les importa a ambos contendientes es cuál de ellos será reconocido por esta pequeña opinión pública como poseedor de la verdad, porque ser reconocido como aquel que posee la verdad significa para cada uno de ellos lo mismo que perder el honor. O perder una parcela del propio yo. En sí, la opinión que sostienen no les importa tanto. Pero como convirtieron una vez esa opinión en atributo de su yo, cualquiera que lo toque será como si clavara algo en su cuerpo.
En lo más hondo de su alma el Oso se sentía satisfecho de que Paul ya no fuera a hacer sus sofisticados comentarios; su voz, llena de orgullo osuno, era cada vez más callada y gélida. En cambio Paul hablaba en voz cada vez más alta y se le ocurrían ideas cada vez más exageradas y provocativas. Dijo:
-La Cultura con mayúscula no es más que una hija de esa perversión europea que se llama historia, esa manía de ir siempre hacia delante, de considerar la marcha de las generaciones como una carrera de relevos en la que cada uno supera a su predecesor para ser superado por el que le sigue. Sin esta carrera de relevos llamada historia no existiría el arte europeo y lo que lo caracteriza: el ansia de originalidad, el ansia de cambio. Robespierre, Napoleón, Beethoven, Stalin, Picasso, todos competidores en esta carrera de relevos, todos compiten en el mismo estadio.
-¿Beethoven y Stalin van juntos? –preguntó el Oso con helada ironía.
-Por supuesto, aunque te choque. La guerra y la cultura son los dos polos de Europa, su cielo y su infierno, su gloria y su vergüenza, pero no es posible separarlos. Cuando se acabe uno se acabará el otro y uno no puede acabar sin el otro. Eso de que en Europa no haya guerras desde hace cincuenta años tiene alguna misteriosa relación con que hace cincuenta años que no aparece ningún Picasso.-Te voy a decir un acosa, Paul –dijo el Oso muy lentamente, como si levantase su pesada garra para dar de inmediato un golpe-: Si se acaba la Cultura con mayúscula, se acabarán también tus ideas paradójicas, porque la paradoja forma parte de la cultura con mayúscula y no con el parloteo infantil. Me recuerdas a esos jóvenes que en otros tiempos se sumaban a los nazis o a los comunistas, pero no por cobardía o para hacer carrera, sino por exceso de inteligencia. No hay nada que exija un esfuerzo mayor del pensamiento que una argumentación que debe justificar el dominio del no pensamiento. Yo tuve oportunidad de experimentarlo en mi propia piel y de verlo con mis propios ojos después de la guerra, cuando los intelectuales y los artistas ingresaban como borregos en el partido comunista, que luego con gran satisfacción los liquidó sistemáticamente. Tú haces lo mismo. Tú eres un ingenioso aliado de tus propios sepultureros.

martes, noviembre 21, 2006

domingo, noviembre 19, 2006

Visualizaciones?

Qué querrá decir eso de que este coso tiene noventa y pico de visualizaciones?
Que entraron noventa y pico de personas diferentes? Acá? Por qué che?
Qué cosa rara?
Suena a mucha gente. En fin... bienvenidos.

PD: Vuelvan de vez en cuando, que tengo pensado empezar a usarlo más seguido, al coso éste, claro, que de eso estoy hablando.

jueves, octubre 26, 2006

Lo que transcribo a continuación es un mail que ayer le escribí a una amiga que cometió el error de preguntarme "qué es de tu vida estos días" justo un día en que tenía ganas de explayarme sobre el asunto. Hoy mi pobre amiga me contestó con un simple "ah, mirá vos. yo bien, gracias" y creo que nunca más volverá a preguntar.
Me avergüenza un poco que mi primer escrito en este coso (blog) sea tan autobiografico, autoreferencial y egocéntrico... pero ya me acostumbraré a vivir con esa vergüenza.
Hoy es miércoles, pero este relato empieza el lunes. Corrección: empieza el domingo.
El domingo a la noche decidí que iba a alquilar una película. Luego de una conversación con mi hermana acerca de las posibilidades de encontrar abierto el videoclub del barrio a esa hora (corrían las diez y media pasadas), lo cual determinaba la decisión de ir caminando o bien sacar el auto, todo lo cual tenía a su vez repercusiones sobre mis posibilidades de comer la tarta de jamón y queso mientras aún estuviese caliente, o por el contrario, volver con las películas cuando ésta ya estuviese fría, lo cual nos llevó a su vez a dar opiniones sobre nuestros gustos sobre la tarta fría o caliente, y que si no quedaba para mañana al mediodía, que ella no venía a almorzar... agarré las llaves del auto y me fui a un videoclub de Nueva Córdoba. Como casi siempre que voy a alquilar películas (que suelo ser yo el responsable familiar de tal actividad, dada mi reputación de buen gusto en la materia, y éxito en la estimación del gusto ajeno), busqué una pensando en mí y otra pensando en el resto de mi familia. Así fue que una vez sacada de la estantería la cajita de La Marcha de los Pingüinos (pensada para mí), me dediqué a buscar otra como para conformar el gusto de los demás... comedias románticas para mis hermanas, dramas para mi madre, ciencia ficción para mi padre, trillers de aceptación general, etc. No encontraba mucho... pasé el dedo y leí la parte de atrás de Plan de Vuelo, y ya estaba por dirigirme a pagarlas cuando recordé que mis padres estaban en Buenos Aires, que mis hermanas se irían a dormir si se me daba por ver hoy la de los pingüinos y que el que tenía ganas de ver películas era yo, y el que se había molestado en venir a costa de comer fría la tarta era yo, y el que pagaba era yo, y que iba a alquilar lo que se me cantase la gana. Dejé Plan de Vuelo en su lugar y fui a preguntar si tenían en dvd La Naranja Mecánica se Stanley Kubric. La tenían. Pagué y me llevé las dos. Efectivamente no hubo repercusiones de mi sensato egoísmo entre mis hermanas, ya que se fueron a dormir ni bien terminamos la tarta. Y así fue como terminé el domingo viendo La Marcha de los Pingüinos y un poquitito de La Naranja Mecánica antes de que me agarrase mucho sueño y tipo dos y pico de la mañana me fuese a la cama. Dejo los comentarios sobre la película para intercalar en los días siguientes.

El lunes tengo clases a las ocho, pero el profesor suele llegar más tarde, por lo que sin apurarme en lo más mínimo me colo en el auto y me dejo llevar en el auto por mi hermana, que recién sale de casa tipo ocho y cuarto. En el trayecto, como pago por el favor, me exige que sea yo quien vaya al registro del automotor a retirar la chapa provisoria (hace un mes, volviendo de rosario, se me perdió la patente delantera)... sacá el comprobante que está ahí en la guantera me dice, y lo saco y me bajo del auto, y voy a la facu, y el profe (que hoy llegó temprano) dice que se tiene que ir antes, y firmo la lista de asistencia a pesar de que apenas escuché tres palabras de la clase, saludo a algunos compañeros y me voy al registro. Luego de pasar tres veces por el frente sin darme cuenta que ahí era el registro, veo salir a un tipo de traje de un edificio, le pregunto y me dice sí, es acá, luego de lo cual veo un cartelote grande que dice REGISTRO, pero que dos segundos antes sin dudas era invisible. Entro. Calor. Mucha gente. Un bebé llorando y la mamá caminando de punta a punta del pasillo para calmarlo. Mucho calor. Saco numerito. Pregunto por cuál número van. Van por el 23, yo tengo el 50. Mierda. Veo una ventanilla aparte por la que la gente avanza más rápido... pregunto... ésa es para gestores, los demás saquen númerito. Mierda. Calor. Hay un ventilador de techo apagado, y debajo toda la gente amontonada frente al mostrador, como si en vez de ser llamados por número el criterio fuese el que está más cerca. Al lado mío dos ventiladores de pie, apagados. Por un instante pienso que no deben andar ni el ventilador de techo ni los de pie... pero al instante reflexiono sobre el efecto que tiene la burocracia sobre la inteligencia de las personas, y me doy cuenta de que los ventiladores están apagados porque a ninguno de los presentes se le ocurrió prenderlos. Agarro los enchufes de los ventiladores de pie y los enchufo (que para eso sirven los enchufes). La gente me mira como a un mesías, y yo sonrío con un gesto de dictador paternalista. Envalentonado por mi iniciativa, un señor alza su mano y tironea de la cadenita que cuelga del ventilador de techo. Ahora funcionan todos los ventiladores. Sigue haciendo calor. Me llega el tufo de un tipo con una camisa muy sucia que se para frente al ventilador. Me harto y salgo del registro (no sin antes sacar otro numerito, previendo que cuando vuelva pueda ya haber sido superado el 50... el nuevo numerito es el 55). Camino por la calle buscando un cyber, pero a media cuadra me doy cuenta (acá me gustaría tener una palabrita como el "realice" inglés... nuestro "darse cuenta de que" es muy aparatoso...) de que estoy cerca de El Ateneo. Voy para El Ateneo.

Acá me doy cuenta de que todo lo que escribí hasta ahora fue para contar lo que viene ahora. Perdón por la demora.

Aire acondicionado. Louis Amstrong o algún otro negro jazzista de fondo. Pongo la alarmita del celular para que me avise en treinta minutos. Miro libros. Miro. Agarro algunos y les leo la parte de atrás. Hasta que veo uno. En realidad veo tres de la misma autora. El Manantial, La Virtud del Egoísmo y la Rebelión de Atlas. Ayn Rand. Leo las partes de atrás. El único que no está plastificado es La Virtud del Egoísmo. Lo agarro y me voy a sentar a un sillón. Parsimoniosamente examino la tapa, el dibujo de un hombre en la cima de una escalera de lleva al vacío y un conclomerado de rascacielos, la edición, la nota del traductor, el índice. Es una recopilación de ensayos y artículos de una revista de filosofía objetivista fundada por la autora. Podría comenzar leyendo cualquier artículo, pero decido empezar por la Introducción. Me atrapa enseguida. Esa sensación de copartir muchas cosas y ver cómo otra persona las expresa de forma tan clara. Bajo el libro y trato de razonar algunas consecuencias de llevar hasta las últimas consecuencias (redundancia adrede) esta forma de pensar... me doy cuenta de que si bien comparto los postulados iniciales puede que no comparta a priori todas las derivaciones... pero me cuesta sostener esas ideas en el aire y retomo el libro. Apenas después de esa divagación llego a una frase que me comprende: vivimos en una mezcla de cinismo y culpa; cinismo porque no aceptamos ni practicamos la moral altruista, pero culpa porque no podemos rechazarla absolutamente. Tal cual. Sigo leyendo cada vez más entusiasmado. De tanto en tanto una frase que siento como golpe bajo, y me quedo pensando y releo. Suena la alarmita. Dejo el libro en su lugar. El aire pesado de la calle se me mete por los pulmones como si fuese una gelatina y camino por la peatonal en dirección al registro. En la esquina veo un señor haciendo burbujitas de jabón, y toda la cuadra llena de burbujitas de jabón. De repente miro fijamente una de esas burbujitas que desde lo alto baja y baja y viene hacia mí, y alzo la mano y plim la reviento y me quedo pensando en las oportunidades, en aprovechar las capacidades y no dejar pasar las oportunidades. Miro alrededor para verificar si alguien se percató de mi arranque de niñez, y ese pensar en qué dirán me sustrae de los pensamientos. Llego al registro. 38. Pasaron más de cuarenta minutos y recién van por el 38. Alguien apagó uno de los ventiladores. Me voy, esta vez sin sacar un nuevo numerito de salvavida. Ida, vuelta. Aire caliente, aire frío. Sin querer estoy pensando en la Marcha de los Pingüinos, sus marchas, mis marchas. El Ateneo. Aire frío. Directo al estante donde está el libro. Directo al mismo sillón. Otra vez pongo la alarmita: treinta minutos. Termino la introducción y sigo con el primer artículo: La ética objetivista. Una lógica implacable. Me doy cuenta lo mucho que hacía que no leía ese tipo de artículos, ese tipo de lenguaje, y casi siempre disintiendo en cada línea, encontrando peros y peros... esta vez no, me asombra ver algunas ideas vagas reflejadas de modo tan elocuente... igual paro a cada instante, releo y busco peros y peros y le hago mil preguntas y me asomo al índice para ver si me las va a responder en otro capítulo. Me imagino a esta tal Ayn Rand como una señora dura, implacable en sus juicios. De tanto en tanto miro al guardia de El Ateneo. Me pregunto si tendrán algún problema con que uno venga y se ponga a leer un libro de pe a pa. Me imagino que la idea de estos sillones es dar una hojeada de quince minutos, no quedarse horas leyendo. Yo sigo pasando páginas y de vez en cuando lo miro, para ver si me mira o algo. Me importa poco en realidad. En los otros tres sillones que hay aparecen y desaparecen un viejo con un libro de Colón, un señor con una novela, luego una señora con un libro de Tarot Egipcio, pero se van, viene otros, y yo sigo ahí. Suena la alarmita. Voy por la página treinta-y-algo y el capítulo termina en la 51. Alargo el tiempo... cuando llego a la 37 leo bien ese último párrafo. Otra vez "la marcha del aire caliente" hacia el registro. Van por el 83. El trámite queda para otro día. La tarde del lunes... no sé... nada.

El martes mi vida transcurre por otro andarivel. Ni siquiera tengo tiempo de ver La Naranja Mecánica. Tampoco de ir a devolverlas, cosa que debería haber hecho ayer lunes. A la noche, ya siendo casi miércoles, pongo la película. Es larga. Me acuesto después de las dos. Recuerdo haber pensado durante ese día, o el lunes, o el domingo mientras las alquilaba, no sé cuándo en realidad... si existiría algún factor común entre las dos películas. A simple vista parecen totalmente diferentes, pero con esfuerzo podría descubrir alguna conexión secreta, subconciente. Una es paz, la otra es violencia, "ultraviolencia". Beethoven. Beethoven se escucha en una... en la otra creo que también hay algo de música clásica, pero no estoy seguro... lo que sí hay son pingüinos, y Beethoven se viste como un pingüino. Libertad: esa es la conexión secreta, se me acaba de ocurrir. Ausencia de elección. Y ahora ya no sólo estoy conectando las dos películas, sino también las ideas de Rand.

El miércoles, hoy, es como el lunes. Llego tarde a la facu, pero esta vez el profe ni siquiera aparece. Me voy a tomar un café con una compañera y un compañero. Una charla muy entretenida, pero que la siento como repetida o ya vivida. Nos despedimos. Yo voy para allá, yo para allá, yo también... el compañero se va para un lado, la compañera y yo para el otro. Por acompañarla una cuadra demás, me encuentro en Deán Funes y Rivera Indarte, y estando ya ahí con la mañana libre decido ir a El Ateneo. Directo al estante donde está el libro. Directo al mismo sillón. Mirada de reojo al guardia. Empiezo a sospechar que él debe estar deseando venir a decirme algo al respecto, pero imagino que a pesar de que se muere de ganas no puede porque se lo impide la política de la empresa: veo cómo se encarga de echar a un chico que entra a repartir algo entre las mesas del bar, pero no creo que se aplique la misma regla conmigo que estoy bien vestido y leyendo un libro. Página 37 en adelante. La lógica es genial. Termino el capítulo. Sigo. Busco en el índice algo que me llame la atención... algo sobre la moral "gris", luego sobre la moral "colectiva", y así sigo. Esta vez creo que estuve como dos horas. Sin pudor. Estoy leyendo un libro entero en la librería. Imbuido de temas éticos, me pregunto si es ético o no... pero la verdad que no me importa... y hasta me agrada la idea. Es como un robo al menudeo. De fondo primero jazz, luego una interpretación instrumental de Queen por alguna orquestra. Y el aire acondicionado, aunque hoy no era tan necesario. De repente, en uno de esos descansos de lectura en que levanto la vista, miro al viejito que está en el sillón de al lado. Es el mismo del lunes. El lunes estaba primero con un libro de Colón, pero luego se levantó y al rato volvió con uno sobre el Graf Spee (el barco nazi). Y hoy estaba ahí el viejito al lado mío, otra vez con el libro sobre el Graf Spee. Me da mucha gracia... se ve que no soy el único que anda leyendo libros en la librería sin intención de comprarlos. Cuando vi que ya era tarde, me lenvanté, dejé el libro en su lugar y me puse a recorrer la sección de cds. Descubrí unas ofertas, y por pudor... como para pagar mis horas de lectura gratuita, me compre dos cds: uno de jazz y el otro del Queen, el mismo que estaba sonando.

Vos qué tal che, todo bien?

domingo, octubre 01, 2006


Bonjour! Bienvenidos a mi primer post en mi primer blog, el cual tiene un único y principal objetivo: que salga un dibujito al lado de mis comentarios en otros blogs.

Y eso es todo.

P-Shot



Quizás de vez en cuando escriba algo para poner acá, ya veré.